viernes, 5 de marzo de 2010

El escorpión y la rana

El escorpión descansaba en la orilla del río. Era dueño de un complejo y temible diseño biológico, pero entre sus habilidades no se encontraba la natación, lo que le impedía lograr el que, ahora mismo, era su único objetivo: llegar hasta la otra orilla.

Ante sus cavilaciones se cruzó un atisbo verde de esperanza, era una rana grande de piel lustrada que pasaba cerca de él, no demasiado, ya que, como toda rana, sabía que clase de animal era aquel y de lo que era capaz.

El escorpión se dirigió cortésmente a la rana, explicándole su necesidad de alcanzar la otra orilla y, para ello, solicitó la ayuda de su nueva amiga: a sus lomos podría permanecer a salvo de las peligrosas aguas.

El anfibio se mostró escéptico de la buena voluntad de su mortal compañero, y le hizo notar su incomodidad con el hecho de poder ser picada en su espalda mientras le ayudaba a cruzar. Éste le replicó que sería algo absurdo, ya que si le picara en el transcurso del viaje los dos morirían, uno por el letal veneno y el otro ahogado en la corriente.

La rana quedó satisfecha con la explicación y se ofreció a ayudar a su venenoso amigo, así comenzaron a cruzar el río.

Todo transcurría según lo previsto hasta que, a mitad del río, el escorpión propició a la rana un traicionero picotazo en la espalda. La rana sintió el pinchazo e, inmediatamente después, el amargo veneno extendiéndose por su cuerpo. Sus músculos se paralizaron, su vista comenzó a nublarse, pero llegó a ver como su asesino se ahogaba a sólo unos centímetros de ella. Confundida le preguntó, con la poca voz que le quedaba, por qué había hecho tal locura, condenándoles a ambos a una muerte segura. Como explicación al traicionero aguijonazo el escorpión le explicó: “Soy un escorpión, es mi naturaleza”.



Fábula de autor desconocido (atribuída a Esopo)
Narración de Alberto Bravo
 
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